Jesús Delgado Valhondo

 

Jesús Delgado Valhondo nació el 19 de febrero de 1909 en Mérida y falleció en Badajoz el 23 de julio de 1993, una poliomielitis sufrida en la infancia lo marcó toda su vida como expresión y símbolo de la fragilidad humana, sentimiento muy presente en su obra. 
Tras la muerte de su padre acaecida cuando tenía nueve años se trasladó a vivir a Cáceres, donde se dará a conocer como poeta, y donde trabará amistad con los escritores Pedro Caba, Eugenio Frutos, Pedro de Lorenzo, José Canal, Rodríguez-Moñino, así comenzó su vinculación a la literatura, a la par que estudiaba magisterio, profesión que luego ejercería en distintas localidades de la región. 
De las experiencias que en ellas vivió se enriqueció su obra, una obra que empezó a tomar forma siendo nuestro poeta muy joven aún, empezó a colaborar en las más destacadas revistas españolas (Garcilaso, Espadaña, Litoral, Corcel), además de formar parte del grupo fundador de la revista cacereña Alcántara. 
De este modo pronto dio muestras de un temperamento comprometido, que le animó a fundar junto a otros escritores la Asociación de Escritores Extremeños, y que le llevó a intervenir en la prensa, no ya como poeta, sino como analista del panorama cultural extremeño. 
A tal interés se deben sus intervenciones en el diario Hoy, donde durante un tiempo escribió una página literaria en la que intentó airear la creación literaria de esta región, además también fue un inspiradísimo autor de cuentos como "Celo, el tonto", "Las voces del pozo" o "Anita", en los que se mezclan lo popular, la ternura y el humor, y que tratan temas esencialmente poéticos, tales como, desde la muerte, el amor, la locura, hasta lo enigmático de la vida. 
Pero su proyección, con el tiempo, se asentará sobre la poesía, y a partir de los años sesenta, se convertirá en nombre integrante de cualquier antología de poesía española: "Anuario de la poesía española" o "Quién es quién en las letras españolas". 
Sus poemas recogen los matices existenciales, religiosos y hasta neorrománticos que se dieron en los poetas de la Generación del 36, pero tratados de un modo cotidiano. 
En 1978 recibió el Primer Premio de Poesía "Hispanidad" y en 1979 se presentó en las listas de UCD en las elecciones municipales, siendo elegido teniente alcalde de Badajoz. En 1988 le fue concedida la Medalla de Extremadura por sus méritos humanos, profesionales y literarios, en julio de 1988 fue nombrado Hijo Predilecto por el Ayuntamiento de Mérida, en Badajoz tiene una calle con su nombre en la Barriada de Pardaleras, así como la estatua de "Los Tres Poetas" compartida con los poetas Luís Álvarez Lencero y Manuel Pacheco Conejo en la rotonda de Pajaritos. 
Desde su fallecimiento en 1993, se han publicado varios libros recopilatorios tanto de su prosa como de su poesía, además de análisis de su obra por parte de otros autores, y en 2005 se creó la Fundación Delgado Valhondo para difusión y promoción de su obra. La Biblioteca Pública del Estado en Mérida lleva su nombre. Además es el autor del himno de Santa Marta de los Barros, a petición de su amigo Fernando Pérez Marqués, con música del insigne Carmelo Solís. 

Su extensa Bibliografía  
"Hojas húmedas y verdes" - 
"El año cero" - "La esquina y el viento" - "La muerte del momento" - "Canto a Extremadura" - "La montaña" - "Primera antología" - "El secreto de los árboles" - 
"Rocamador" - "¿Dónde ponemos los asombros?" - "Canas de Dios en el almendro" - "Cerrada claridad" - "La vara de avellano" - "Entre la hierba pisada queda noche sin pisar" - "Un árbol solo" - "Inefable domingo de Noviembre" - "Poesía (1943-1988)" - "Huir" - "Yo soy el otoño" - "Cuentos y narraciones" - "Ayer y ahora" - "Abanico" - "Cuentos" - "El otro día".........
Su poema Gente (del libro Un árbol solo)

Escuchad esas ramas

de sombra encaramadas

en la tarde del barrio.

Escuchad esas aguas

de miradas inciertas

que se asoman a veros.

Escuchad los latidos

del corazón del otro

que contigo amanece santuario.

(Escucha antes que nazca

la música en tu oído).

Dejad a las palabras

podrirse a su manera.

Despójate insensato

del niño de nubes que navega en ti,

de fantasmas, de velos,

del ayer, de la suerte.

Purifica intenciones,

para subir

locuras de quijotes,

pueblos de sanchopanza,

sueños que ascienden tramo a tramo

en escaleras de alas y de ramas,

abismándote en cumbres.

Somos la fe de la existencia,

la esencia de la vida

gente que se refleja

llenando tierras

hasta el más pequeño hueco,

que reserva el instante

hermoso en su fatiga.

 (Un hombre solo no cabe

en el ancho y profundo

universal espacio).

 Levantamos un polvo amarillo de aurora

que nos sigue y envuelve.

Quien salta la comba azul del horizonte

se da de cara con el cementerio de su aldea.

Lo mejor es seguir como hasta ahora.

 Dios baja tanto, tanto, tanto,

que parece uno más;

gente entre la gente.

Uno cualquiera que se alegra

bebiendo vino con nosotros.

 Nos fundimos en danzas

de la marcha común.

Dios late en medio de la multitud

y nos abre puertas de ciudades y campos.

Camino hacia la aurora.

 Estrenamos trajes, cal y arena,

de domingo.

 Hacemos avenidas

de imposibles mañanas,

de pasiones sorprendentes.

Y damos lo que sobra.

 Y ya nos bastaría.

 Repartimos misterios

en comunión de asombros,

ganadas aleluyas

en comunión de asombros.

Todo lo que tenemos,

lo mejor que tenemos

lo damos a los hombres

inéditos

del mundo.

 Seguimos eternamente subiendo

juntos la montaña,

humana masa de pan que a Dios mantiene.

La cima está tan cerca

como esa soledad que mana de nosotros,

cuando pasamos la gente,

los que vamos andando tierras,

silencios, noches, días, tiempo,

sin regreso posible.

Los que vamos.

El destino es así.

Nuestro destino.

Y de nuevo a cantar en el coro.

Danzar en la armonía

de la arboleda de los pájaros.

Y un llorar hacia dentro

para que nadie sepa

que una espina pequeña

se nos clavó en el pie

y anoche no dormimos.

 En medio del paisaje,

en la llanura,

trémulo de emoción,

un árbol solo. 


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